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Opinión: Okupas

Por Omar Marsili, escritor sampedrino, autor de "El maratonista", "La deuda, el príncipe y los panurgos" y "Del paraíso a tus zapatos", entre otras publicaciones

En nombre de Dios, pero sin poder explícito, llegaron los descubridores a descubrir un paraíso descubierto por otros, miles de años antes de la promocionada llegada. 

Ya en esos tiempos, la moderna globalización, recorría el mundo un poco más lento que la ansiedad del siglo veintiuno. Los recién llegados, y en nombre de reyes lejanos, se apropiaron de tierras y fortunas, y a la vez, diezmaron a los pueblos que la habitaban. 

Saquear, violar, ultrajar, esclavizar, son parte del evangelio que los okupas clandestinos y poderosos profesan y profesaron. 

A través de la historia escrita, u oculta, e infinitas veces mal explicada, se hicieron leyes, tratados, convenciones, para consolidar lo robado en nombre propio, y transformar la supuesta anarquía preexistente en propiedad privada, para privar al nativo lo que la naturaleza le había otorgado. 

Rivadavia, en su afán normalizador, repartió ocho millones y medio de hectáreas entre quinientas sesenta y nueve familias, y en la movida, inventó fortunas inconmensurables y una reforma agraria latifundista, a diferencia de países como EEUU o Australia, pero es lógico, Rivadavia, hizo de la patria una deuda, de la soberanía un sueño perdido, una patria de amigos. 

La historia de ocupaciones, apropiaciones y malversación, es reiterativa y castigada cuando los perdedores las ejecutan, pero aprobadas y ratificadas cuando las hacen los amigos del juez, del poder, de las minorías. 

Muchas veces, la usurpación es ley con todos sus recaudos, complicidades, asociaciones clandestinas, amigos o chantajistas del desorden de turno, que el paso del tiempo consolida para convertirlo en normal, y aunque anormal, es aceptado. 

Como olvidarse de Roca, que con el aviso publicitario de conquista del desierto, y un par de reuniones  en el Tiro Federal de Buenos Aires, juntó la plata para salir a matar a los dueños naturales de la tierra y repartirla entre los financistas de la matanza, los mismos que financiaron la matanza, financiaron la difusión y crearon la historia de civilización y progreso, nunca dirán, la creación de verdaderos desiertos de humanidad y trabajo. 

Como olvidarse de Mitre y sus aliados, sacrificando al pueblo paraguayo en beneficio de Inglaterra y un puñado de familias. Mejor leer la historia de las escuelas que no cuestiona, que acepta, que avala y que prohíbe pensar. 

Las calles de los pueblos recuerdan a genocidas importantes, o miren Israel de 1948 y el mapa actual, como un tributo o burla del holocausto.

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