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Un Rosarino en el Maratón de París 2024

Por Omar Marsili, escritor sampedrino, autor de "El maratonista", "La deuda, el príncipe y los panurgos" y "Del paraíso a tus zapatos", entre otras publicaciones.

Un maratonista rosarino, corrió su tercer 42,195 kilómetros en calles y parques de París el 7 de abril de 2024. La “ceremonia”, que reunió cincuenta y siete mil fanáticos de todo el mundo, arrancó en el “Hotel de Ville”- (el palacio municipal)- Los participantes tomaron la famosa avenida de “Los Campos Eliseos”, que reúne a los tres arcos de triunfo, el Carrousel, el Arco de triunfo y el Gran Arco, los tres construidos con un detalle. 

Mirando desde el pequeño arco, los tres se encastran como las mamushkas rusas. Bordean “el Grand y el Petite Palace”, alcanzaron el Louvre, castillo monumental al que cada rey le fue agregando alas con tamaño de castillos monumentales, se dobló para cruzar la plaza Vendonme, alcanzar el palacio Garnier, la opera de Paris, vuelven a la avenida Rivolí, se corre frente al monumento a “la Bastilla” -recuerdo de lo que fue la cárcel francesa destruida por los revolucionarios-, siguen hasta el bosque de Vincennes, para volver bordeando el Sena, pasar frente al museo D´Orsay, la Asamblea Francesa, El Museo del Hombre Jacques Chirac, la Torre Eiffel a la izquierda y los palacios de El Trocadero a la derecha, y van hasta el bosque de Boulogne para llegar al Arco de Triunfo.

Este acontecimiento, junto al Tour de Francia, son los dos únicos momentos que la ciudad está bloqueada y tomada por el deporte. A su vez, junto a la “Noche Blanca” – la noche del primer domingo de octubre que abren todos los museos, una fiesta popular y gratuita de la que participan turistas y parisinos y estiran la noche hasta avanzadas horas la madrugada- y el 14 de julio son las cuatro fechas más convocantes de la “ciudad luz”.

Lo curioso, es que caminando una familia por las calles de Paris, un niño de 10 años le da la campera a la madre y dice, corro un rato. La madre, “precavida”, le recomienda: “cuando te canses, sentate en el cordón”. El niño se entusiasma y se cuelga en la muchedumbre enfervorizada. Se contagia de las endorfinas y mitocondrias que flotan en el aire, recuerda las charlas familiares, corre, cuando se cansa se sienta en el piso para retomar energías y sigue su periplo.

A metros de su partida, la madre y el hermano lo esperan. A una hora de la partida del niño, y después de caminar dos kilómetros, empiezan a llorar el extravío del pequeño. Recurren a la policía, que ordena la búsqueda en toda la ciudad. Su foto se replica en los celulares, la presunción de un secuestro se agiganta con el paso de las horas. No hay rastros de la criatura, solo el llanto de su entorno que busca sin idea, con dolor, la ausencia se estira, llantos que no suelen solucionar nada abrazan los minutos, la inútil urgencia de mirar el reloj para ver el tiempo transcurrido, la espera de un golpe de suerte, que la magia todopoderosa ponga luz y Milo vuelva con la sonrisa de todos los días, con las travesuras tan cotidianas, tan frecuentes.

La madre y el hermano se tiran en un banco a compartir la desazón. No hay novedades, solo dudas o la certeza de que habrá sido, como estará. Se da la precisión que encontraron un niño de 10 años en la Plaza Vendonme. Corren hasta la comisaría y le informan que no pueden dar precisiones de quien se trata, que no pueden encontrarse hasta que la investigación avance. A la hora le informan que todo fue un error. Ningún hallazgo, desvanece la esperanza.

Abatidos y sin fe, esperan, ya pasaron tres horas buscando o acaso ni buscando, la ciudad es un torbellino de maratonistas y familiares que se desplazan por la ciudad de un punto a otro. Todos han estudiado el tráfico de los subterráneos para ver a los maratonistas varias veces en distintos puntos.

Tres horas veinte y suena el teléfono. “Mamá, estoy en el arco de triunfo, en la llegada”.

Suben a la madre y el hermano a un auto policial y los llevan para el reencuentro.

Milo cuenta que hizo el maratón, que fue charlando con un español, con varios franceses, “con un rosarino centralista como nosotros”, dijo sin saber que entre sus parientes hay leprosos y canallas y él no tiene idea ni le interesa el futbol.

Para cerrar la historia, sería lindo escuchar al “rosarino centralista” que compartió esta experiencia única de angustia y desafío, y sobre todo, adrenalina deportiva en Milo y la otra, la preocupación de la familia por una hermosa travesura que nació cuando la madre le dice, “corre y cuando te canses, esperame sentado en el cordón”.

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