El obrero desempleado por la detención de Lázaro Báez que despertó la solidaridad de San Pedro
Pedro tiene 56 años y llegó a San Pedro viajando "a dedo". Abandonó Trelew tras la muerte de su hija, la pérdida de su casa en el mismo incendio de la tragedia, y quedar desempleado producto de la detención del empresario de la construcción vinculado al kirchnerismo. Durmió tres noches en la Terminal con sus hijos de 9 y 12 años. El resto de su familia los esperaba en San Miguel de Tucumán, su ciudad natal. La historia de un obrero golpeado por la vida y maltratado por la política, que recibió en San Pedro parte de la solidaridad que supo entregar en la parte más fría del país. -por Iván "Pini" Stringhini-
Sólo le bastó decir la palabra “Báez” para que nos diéramos cuenta de que no se trataba de un caso más. Frotaba sus manos por el frío; con los dedos de su mano derecha, pellizcaba los nudillos de su mano izquierda. Hablaba, relataba, frenaba. Los nervios cerraban su garganta, pero Pedro seguía hablando. Detrás, Fernando y Daniel lo escuchaban pero no lo miraban. Las manos en los bolsillos, sus bocas cubiertas por el cuello de las camperas y gorros de hilo que tapaban tanto sus rostros, que apenas se les distinguía la mirada. Cansada y preocupada mirada. Ni Pedro, ni sus hijos, ni quienes escuchábamos sorprendidos su historia, éramos conscientes de lo que ocurriría durante las siguientes 32 horas.
Durante dos eternas y frías noches la habitación de Pedro y sus hijos fue la Terminal de ómnibus de San Pedro. Llevaban tres días viajando desde Trelew, Chubut, hacia su destino final en San Miguel de Tucumán, donde la familia esperaba con nervios y ansias. Al despuntar el alba, volvían a la calle y caminaban junto al sol por largas horas para no perderlo de vista y que este les quitara el único abrazo que recibían y que nadie más parecía querer darles. Pedro está seguro de que el chofer del camión en el que viajaban, y en el que llegaron a San Pedro, “tuvo que tener algún problema”, ya que “parecía ser una muy buena persona”, y no los iba a abandonar en la ciudad. Pero lo cierto es que no volvió.
Una bolsa de arroz, otra de fideos, y algunos alimentos más fue la única respuesta que recibió el tucumano de 56 años que caminaba por las calles sampedrinas con sus hijos de 9 y 12. “Con todo respeto señorita, dónde mierda quiere que los cocine”, reclamó Pedro a las empleadas de la Secretaría de Desarrollo Humano que le explicaron que la única manera de ayudarlo a llegar a Tucumán era elevando una nota (“pedido especial”), que podía demorar 25 días; que no tenían donde alojarlo y que tampoco podían llamar a la casa de la Provincia, en la Ciudad de Buenos Aires, o bien, a la propia gobernación tucumana. Quizás si Pedro hubiera dicho la palabra “Báez” la historia hubiera cambiado y hubieran exprimido el jugo político que le da sabor a las acciones de los dirigentes de turno. Pero no.
En su tercer día en San Pedro, su segunda mañana, Pedro terminó de gastar los 250 pesos con los que partió de Trelew. Sus bolsillos estaban vacíos, su estómago y los de sus hijos también. Llevaba cinco noches sin poder dormir bajo una sábana, con la cabeza en la almohada y el abrazo de su esposa que lo esperaba en Tucumán. Fue entonces cuando un policía se acercó a hablar con ellos en la Terminal de ómnibus; explicó su situación y el efectivo bonaerense le aseguró que la única manera de solucionar su problema era yendo a La Radio (sic). Y así lo hizo.
Ojo al dato… del entrevistado
Mientras pasaban los auspiciantes de Esquipo de Radio, en la voz de Fernando Bravo, nos acomodábamos con Patricia en el estudio. Pablo esperaba para contar que después de un accidente fatal –siempre después- Patrulla Rural había secuestrado 17 caballos sueltos en la vía pública. Nadia intentaba que yo le prestara atención para saber cómo iba a transcurrir el programa y Sandra llegó con el planteo: en la recepción había un hombre que vivía en el sur, que viajaba a Tucumán, estaba con sus dos hijos chiquitos, y el camionero que los llevaba los dejó en San Pedro con la promesa de descargar y llevarlos hasta la provincia norteña y nunca regresó. Quería contarlo para que algún camionero solidario que debía partir rumbo a Tucumán en las próximas horas lo escuchara y los llevara. Mi prioridad era tratar la contaminación del río Paraná con glifosato. Que pase, lo cuente, y seguimos con el programa fue mi respuesta, y no dejo de preguntarme qué habría ocurrido si Pedro y sus hijos entraban al estudio de La Radio 15, 20 o hasta 30 minutos después.
A Pedro se le llenaron los ojos de lágrimas al contar que decidieron abandonar Trelew cuando su hija de 23 años murió en un incendio, carbonizada por las mismas llamas que destruyeron su casa. Estaba sin trabajo, le debían más de 4 meses de sueldo, y con la desagradable sorpresa de haber trabajado los últimos siete años para Tecno Construcciones sin tener un solo aporte jubilatorio. Era el sostén de su esposa, sus otras dos hijas, tres varones y dos nietos: una pequeña de 3 años, su debilidad, y un nene de 1 año, ambos eran hijos de su hija fallecida. Pedro fue uno de los tantos obreros que perdió su trabajo cuando se detuvo gran parte de la obra pública en el sur del país a raíz de la detención de Lázaro Báez. “El que figuraba e iba a la obra como el dueño, era otro”, contó. Mientras Pedro contaba su historia, a un sampedrino adoptado por California que escuchaba La Radio por internet se le erguían los poros de la piel y un rápido frío le corría por la espalda. Por esto que no dejo de preguntarme qué hubiera pasado si Pedro y sus hijos entraban al estudio de La Radio 15, 20 o hasta 30 minutos después.
El primero en ayudar a Pedro cuando salió del Estudio de La Radio y puso un pie en la vereda fue un jubilado y reconocido profesor de educación física de la ciudad, plata en mano. Más tarde, una mujer llevó algo más de dinero hasta la Terminal. Pedro volvió a La Radio emocionado a contarlo. En ese momento, y a riesgo de quedarnos sin trabajo, la prioridad dejó de ser el aire. Cuando las posibilidades de ayudarlo parecían agotarse, y estábamos a punto de dar el brazo a torcer, Patricia llegó con la noticia: este sampedrino, californiano por adopción, la contactó vía redes sociales para decirle que estaba dispuesto a pagar los tres pasajes para que Pedro y sus hijos lleguen lo más rápido posible a Tucumán. No quería que se supiera su nombre, sólo ayudar. Allí comenzarían siete eternas horas de incertidumbre.
“Vieja, mañana llegamos…”
Nadia llegó a La Radio con cinco sánguches calientes. Nos sentamos alrededor de la mesa a esperar noticias del californiano. Fernando y Daniel, que hasta el momento sólo habían hablado para repetir la palabra “permiso”, al ingresar y reingresar a La Radio, sacaron sus ahora calientes manos de los bolsillos de sus camperas para y pidieron kétchup. Nuestras preguntas a Pedro hicieron que su sánguche se enfriara, pero nunca dejó de contestar, y no hubo una sola respuesta breve. Todo tenía una historia.
Pedro nos contó que vivió más de 12 años con su familia en Trelew, y que Daniel y Fernando habían nacido allí. El resto de sus hijos son tucumanos. Construyó su casa con madera y aislantes en un terreno fiscal cedido por el gobierno de Trelew. Trabajaba en la construcción de un plan de modernas viviendas para la empresa Tecno Construcciones, “frenada por la detención de (Lázaro) Báez”. Al quedarse sin trabajo, él y 72 empleados de la misma firma iniciaron los reclamos correspondientes ante el Ministerio de Trabajo de Chubut. Incluso, en una “Secretaría de Trabajo paralela del PRO”, donde tampoco dieron respuestas. En ese momento supieron que los aportes jubilatorios no fueron abonados durante los últimos “7 años”. 40 de sus compañeros eran oriundos del norte del país. Los solteros, o “con poca familia”, regresaron rápido a sus ciudades de origen. El resto recibió una degradante ayuda del gobierno de Mario Das Neves: pasajes para repartir, pero no “para todos y todas”. Pedro debió iniciar los trámites de tenencia de sus nietos.
Es que fallecida su hija, y con un padre ausente, no podía trasladar a los pequeños de una punta a otra del país sin documentación que lo respalde. Su exyerno firmó sin impedimentos. Su esposa, dos hijas, un hijo discapacitado y dos nietos, viajaron en colectivo a Tucumán. Pedro partió “a dedo” desde Trelew con sus hijos más chicos. Su recuerdo de San Pedro no será el mejor, pero tampoco el peor. Minutos antes de las 19.00 del viernes llegó el tan ansiado llamado: un reconocido comerciante de la ciudad, propietario de un Hotel, fue contactado telefónicamente por el californiano. “Pagá los pasajes que yo te deposito la plata”, y así fue. A las 19.02 tenía los pasajes en mis manos, y tenía que volver a La Radio a decirles a Pedro, Fernando y Daniel, que a las 22.07 partirían rumbo a Tucumán. Ahora soy yo el que siente correr un frío por la espalda. Durante toda la tarde fuimos claros, la posibilidad estaba, pero no dependía de nosotros. Ahora sí dependía de mí llegar y darle los pasajes en la mano. Sí, de mí, un simple intermediario que no hizo más que el resto de sus compañeros de trabajo para que nuestro amigo asentado en Norteamérica permitiera el rencuentro de la familia Enríquez.
A mi llegada, Fernando y Daniel estaban distraídos con la computadora. Pedro los miraba, miraba sus manos, apenas levantaba la vista. Al abrir la puerta me miró fijo, y le di la noticia: “Acá están, esta noche se vuelven a casa”. Me miró, sonrió, sus ojos se tornaron rosados, hinchados, su garganta volvió a cerrarse. No supo qué decir, apenas un “ahora sí, tranquilo”. Tomó los boletos, los observó de cerca a través de sus anteojos de grueso cristal. Los dobló, y guardó en el bolsillo de su chaleco, bajo la campera, a centímetros del corazón. De haber tenido un candado a mano, Pedro habría agujereado el bolsillo ese chaleco para asegurarse de que esos pasajes no iban a salir de ese lugar. Ahora, otra vez, la espera.
Solidario aún en el dolor
La muerte de su hija marcó un antes y un después en su vida. “Un día estuvimos con mi esposa sentados en la habitación hablando de culpas, de que lo podríamos haber hecho, de lo que hicimos mal, llorábamos y seguíamos hablando, hasta que una de mis hijas entró y nos dijo: ya es de noche, y todavía no comimos. Ahí fue el click, habíamos estado todo el día dentro de la habitación sin comer, y despreocupados de nuestros hijos, no podíamos seguir así”, contó Pedro. Faltaban segundos para la medianoche cuando se animó a decir su nombre en voz alta por primera vez: Nadia. “Cuando me presentaste a tu compañera fue como un, no sé…” dijo, abriendo las palmas de las manos, estirando sus dedos, como quien intenta frenar algo que viene de frente, quizá el impacto, y sus ojos volvieron a tornarse rojizos. Pedro volvía una vez a la semana al terreno en el que sólo quedaban las cenizas de su casa. Lloraba y volvía con su familia. Un día sintió que debía dejar de ir a ese lugar, que debía dejar ir a su hija, y no regresó. Pedro devolvía la solidaridad que los vecinos tuvieron con él cuando llegó a Trelew, compartiendo su luz eléctrica a un humilde vecino que no podía pagar el costo del servicio. Nunca imaginó que un desperfecto en esa precaria línea que pasaba de vivienda a vivienda sería el origen del fuego que consumió para siempre la posibilidad de abrazar a Nadia. Y todavía hoy, no deja de culparse. Tampoco su vecino.
Pero la solidaridad de Pedro no murió con su hija. Antes de partir, golpeó la puerta de una joven pareja conocida de su familia que vivía en la misma ciudad y que saltaba de casa en casa ya que los echaban porque no lograban conseguir un trabajo estable para cumplir con el pago del alquiler de una casa, o construirse la propia. Lo acompañó hasta la Municipalidad y firmó el traspaso de ese terreno fiscal que recibió en su llegada a Trelew, al que ilegalmente pudo sacarle un beneficio económico sin importar las consecuencias futuras de quien se hiciera cargo del lugar, y garantizó que el Estado le diera a esa joven pareja la misma posibilidad que tuvo él tuvo al llegar a la ciudad chubutense.
Báez, Cristina, Macri…
Parece inevitable hablar de política en el contexto actual, más inevitable aún es hablar de economía. Para sorpresa de este cronista, el obrero que quedó en la calle producto de la corrupción detectada en la obra pública durante el kirchnerismo no pudo dejar mostrar su admiración por Cristina Fernández de Kirchner. Su oratoria, su memoria. La no necesidad de apelar a sus ministros para explicar medidas políticas. Con el actual Presidente Mauricio Macri, Pedro no tiene esperanzas: “Esto ya lo ví, ya lo viví”, dijo. Durante dos horas contó historias sobre cómo el matrimonio Kirchner “manejaba todo el sur”; y repitió una y otra vez, hasta el cansancio, una analogía: “Lo que muestran en la tele, es sólo el frente de la casa. Si entraran hasta el patio, no queda uno. Y cuando digo no queda uno, no queda uno, eh”. Lo que trataba de explicarnos con esa ilustración es que no existiría diferencia alguna entre kirchnerismo y macrismo a la hora de hablar de negocios en el Estado. Báez, López, Calcaterra, Caputto… tal vez Pedro no esté tan alejado de la realidad.
Tecno Construcciones
Cierto es que no hay registro público que vincule al propietario de Austral Construcciones (Báez) con esta empresa, inscripta en el año 1989, con domicilio legal en San Miguel de Tucumán, cuya actividad principal es la “construcción, reforma y reparación de edificios residenciales (incluye la construcción, reforma y reparación de viviendas unifamiliares y multifamiliares; bungaloes, cabañas, casas de campo, departamentos, albergues para ancianos, niños, estudiantes, etc.); servicios inmobiliarios realizados por cuenta propia, con bienes urbanos propios o arrendados”. Si bien Pedro supone que Lázaro Báez es el propietario de Tecno Construcciones, a través de un presunto testaferro, bien puede tratarse de una tercerización de obra como ocurre actualmente, por ejemplo, entre Iarsa de San Nicolás y Grupo Farallón, en la obra de repavimentación de la Ruta 1001; una práctica que parece poco ética, pero legal. Es que en 1989 Báez, amigo de la familia Kirchner, era apenas un empleado bancario de clase media.
La granja está llena de animales
Había que llegar más allá del kilómetro 160 de la Ruta 9 para esperar el ómnibus que llevaría a Pedro hasta Tucumán. Pedí a mi padre que sea el chofer, aceptó sin preguntas. Milanesas y papas invadieron las mesas. Pedro seguía contando historias, Fernando y Daniel comían. A pocos metros, un chofer celebraba un cumpleaños, un bebé lloraba, una mujer miraba un mapa. De fondo, en la TV, el exorcista. A las 22.00 nos levantamos de la mesa. Bajamos los bolsos de la camioneta, y nos dispusimos a esperar el Chevallier que debía partir 22.07. Una hora más tarde, estábamos sentados nuevamente en la mesa, esta vez muy cerca de la puerta de ingreso al comercio en el que esperábamos. Los bostezos le ganaban a las palabras, al menos para mí. Fue en esa mesa cuando Pedro, como les conté, nombró por primera vez a Nadia, su hija. A las 00.00, un joven decidió que era hora de cerrar las puertas, pedir a los clientes que se retiren, apagar todas las luces del predio y dejar a un puñado de pasajeros afuera, bajo el frío, el rocío, el ruido de camiones y colectivos que no paraban de pasar por la Ruta 9 camino a Rosario y la tenue luz de la luna que apenas nos permitía vernos los rostros. A esa altura me preguntaba si la ansiedad e ilusión de Pedro de volver a su casa, donde esperaba su esposa, sus hijas, su hijo, sus nietos, sus amigos del barrio de una década atrás, su hermano al que no vio por más de diez años y su vecina, que cuidaba la casa que decidió no vender en su mudanza al sur, sufriría otro tropiezo. Me preguntaba qué más podía pasarle si el ómnibus finalmente no llegaba. Pero la espera terminó el sábado a la madrugada, a las 00.46.
Pedro, Fernando y Daniel partieron rumbo a San Miguel. Llegaron bien, tras 16 horas y media de viaje. Los chicos no sabían cómo era San Miguel, con qué iban a encontrarse, a qué escuela irían a terminar el año lectivo y muchos menos quiénes serían sus nuevos amigos. Sólo una cosa tenían clara: volverían a jugar al rugby, con la promesa de no olvidarse de San Pedro y dar una entrevista a este cronista si un día vestían la camiseta de Los Pumas.
Ese sólo mencionado abrazo del sol que Pedro recibió durante tres días a la deriva en San Pedro no llenó su alma de indiferencia. Tomó su bolso, caminó hacia mí, lo apoyó nuevamente en el suelo junto a su pie derecho, estiró sus manos y me dio el abrazo que nadie le supo dar en tres días de angustia por la ciudad. Un abrazo sincero, que me hizo volver a creer que no estaba loco en dedicar mi tarde libre a ayudarlo. “Te espero en Tucumán”, me dijo, y me volvió a abrazar. En ese momento se acordó de Nadia, de Sandra, de Patricia y pidió que diéramos gracias eternas a ese californiano que el destino cruzó en su camino aun estando a más de 4 mil kilómetros de distancia.
Tomó a Daniel y Fernando de sus manos, caminaron hasta el colectivo, entregaron los pasajes y cuando los chicos comenzaron a subir, Pedro volvió a mirar para atrás, ya con un pie sobre el ómnibus, fijó su mirada en nosotros y lanzó un “gracias”, con una humildad que sirve para entender que siempre habrá Cristinas, Mauricios, Lázaros, Ángelos y otros tantos López, pero que también existen muchos Pedros por los que seguir peleando.